Terminado el discurso de Florita las niñas más pequeñas comienzan a amenizar la tarde con las danzas que habían ensayado para acto tan solemne, despertando esta vez mayor interés por parte del palco de autoridades. Como el clero tiene peso en este día tan marcado el monaguillo, Antonio (el de la Pista), hace uso de su condición eclesiástica para pegarse a tío Rafael y ver el espectáculo en primera fila. Muchísima gente en la Plaza, los balcones a rebosar y sorprendentemente aguantando el peso de los vecinos y amigos. Maravillosa imagen de una tarde de verano del 56 que nos ha dejado Abel Hernández.